Iba a ver esta película pensando que era parecida a Jaula de locas en la que la homosexualidad servía para reírse con los protagonistas, sino de ellos. El planteamiento es la vuelta al armario de un homosexual septuagenario que ha vivido gran parte de su vida fuera de él, debido a su ingreso en una residencia de ancianos.
La sorpresa es que no es una comedia sino un melodrama intenso e increíblemente contenido. Un homosexual bastante mayor sobrevive ayudado por amigos, después de romper una relación de veinte años. Máspalomas, en las dunas del sur de Gran Canaria es su paraíso, con fiesta en la playa en las que se practica el cruising y orgias locas en cualquier momento.
El protagonista sufre un ictus y aparece a punto de entrar en una residencia. Le acompaña su hija. Él está en una silla de ruedas y de la misma forma que se ha sustituido el sol de Canarias por el gris de San Sebastián su fisonomía y su rostros nos recuerdan el de un señor mayor vasco y no el madurito de las islas. Él no quiere estar allí y su hija no quiere tener que cuidar de él.
Le ponen de compañero de habitación a un vasco de libro. Sano, hiper-simpático, tremendamente homofóbico, al que adoran todos por su vitalidad y que convierte en su proyecto personal devolverles la salud y la alegría. El protagonista no tiene la fuerza, ni la ilusión necesaria para recuperarse con esfuerzo físico y tesón. Y no puede soportar mirar a la cara a su hija, a la que abandonó hace más de veinte años, cuando salió del armario para irse a Canarias. Su mundo es el del eterno cabreado, al que Patxi, como no, empuja a volver a vivir.
El resto de la historia juega con el ocultamiento de su condición sexual y el rechazo a un auxiliar que lo es abiertamente. A la vez que el enamoramiento hacia su compañero. El COVID se lo arranca y él toma una decisión inevitable. Se reconcilia con su hija. Se da una noche de placer con un chapero. Y se vuelve a acabar sus día en Maspalomas con un amigo fiel. Se niega a acabar encerrado a esperar la muerte y lo vemos sumergirse en el mar cubierto de luz al ritmo de La estación de los amores de Battiato.
Este destripe de la historia oculta sus grandes aciertos. El protagonista, que, en cuanto vuelve al País Vasco, se vuelve vasco y es un éxito de contención y antipatía. Su hija, la eterna sufridora a la que ha enseñado a svivir en silencio algo que no comprende. El Patxi típico vasco simple y homófobo, exageradamente positivista. La dinámica de una residencia que debe jugar entre la libertad y el control de sus usuarios. Medida, sin aspavientos y emotiva. Qué se puede pedir.

