El alzheimer es una enfermedad de países ricos. Lo digo porque pese a ser una enfermedad cruel que nos arrebata lo que nos hace ser nosotros, la memoria, permitir que nuestros cuerpos sigan funcionando mientras nuestra mente ya no está allí pero la sanidad puede mantener nuestros cuerpos tirando. Esta situación ha producido ya muchas narraciones sobre esa decrepitud cruel. No me imagino a nadie capaz de controlar el llanto ante el deterioro de la memoria de otro, pero todo lo que he visto ha sido respetuoso y emocionalmente poderoso.
Estos dos documentales incluyen a una actriz, una como sufridora de la enfermedad, la otra como cuidadora. Ambas encarnan mucho de lo bueno que hay en los seres humanos.

La obra de Maite Alberdi se encierra con Paulina Urrutia, actriz chilena que llegó a ser ministra de cultura con Michele Bachelet y Augusto Góngora Periodista que se distinguió por luchar para que la memoria de los que fueron masacrados por Pinochet no se perdiera. Comienza con el ritual de la mañana, cuando Paulina despierta a Augusto y tiene que recordarle quienes son para empezar el día. Ella lo quiere y lo acompaña. A lo largo del documental lo vemos a él joven y hermoso trabajando en la TV y ella joven y pizpireta mirándolo con adoración. Vemos parte de sus vidas, su boda; la construcción de la casa en la que viven; sus paseos por los alrededores; sus alegrías y su desesperación. Más o menos por la mitad, el baila solo y ella lo mira agotada para sonreír al final. Es la imagen de la batalla que lucha ella contra el olvido. Él está levemente con ella y, aprovechándose de ello, la directora nos cuenta la vida de Augusto y de Paulina. No creo ver ni un ramalazo de sensiblería sino dignidad y amor. Preciosa.

El documental sobre Carmen Elías es diferente, acercándose al mismo tema. Ella está sola, pero rodeada de amigos. Una directora con la que está trabajando descubre los primeros síntomas que atribuye a un quedarse en blanco decide acompañarla en su trayecto. Vemos como va perdiendo la memoria rodeada de cariño y como utiliza el teatro para agarrase a la vida y a la pérdida de la memoria con dignidad. Tal es así que escribe un libro sobre su experiencia y recibe un homenaje de la gente de su profesión sin poder recordarlo. Es finalmente un alegato contra la eutanasia porque no quiere vivir si ya no es ella. Los momentos en los que describe lo que para ella serían los signos de su declive final son preciosos, como lo es en todo momento ella.