Hace diez años que murió Gabriel García Márquez. Desaparecer lo había hecho mucho antes minado por el alzhéimer que cruelmente le arrebató su más preciado tesoro: la memoria. Coincidiendo con esta fecha, sus hijos han impulsado la publicación de una novela corta que dejó en el cajón y prohibió publicar. La pregunta principal es: ¿Merecía la pena?
Depende. Si eres fan: cualquier cosa decente que se publique de GGM merecerá la pena. Si buscas una obra al nivel de uno de los grandes de la historia de la literatura: no. Yo soy de los primeros, por lo que me lancé a su lectura, después de un tiempo de prevención, y creo que ha merecido la pena.
Estamos ante un proyecto que el autor acarició durante mucho tiempo y que dejó terminado aunque no pulido, una versión final pero no cerrada. La editorial lo ha publicado con un prólogo de lo hijos (que rezuma cargo de conciencia pero también cariño) y un epílogo del editor que trabajó con Gabo sobre el texto antes de entrar en decadencia. Se lee con amabilidad, tiene ráfagas de belleza y calidez, y nos recuerda al autor que nos hizo felices. No hay vergüenza alguna en que el inédito vea la luz.
Una mujer atractiva de 46 años viaja cada año a la pequeña isla donde está enterrada su madre para depositar flores en su tumba. La protagonista es razonablemente feliz en su vida cotidiana; pese a ello, en una de esas breves estancias veraniegas, tiene un encuentro inesperado con un hombre, lo que dará comienzo a un ciclo de deseos, expectativas e iluminaciones.
García Márquez mide muy bien el desarrollo de los acontecimientos hacia un final que recuerda a El coronel, por eso se lee de un tirón, pero le falta algo de esa prosa tantas veces imitada. Y ahora que su influencia parece haber menguado, aunque sin desmentirse por completo, En agosto nos vemos contribuirá a recordar al escritor inimitable en un detalle reconfortante, legítimo.
EDITORIAL RANDON HOUSE. 144 PP. 18,90 Euros