Cuando Fernando Trueba recogió el Oscar, como no cree en dios, se lo dedicó a su dios particular Billy Wilder. Cualquiera que haya crecido en el cine clásico no puede estar más de acuerdo. Me cuesta creer que haya alguien que haya realizado tal número de obras maestras a lo largo de su carrera. Pero lo más importante es que si hay algo que todas tienen en común es su elegancia y su sentido caustico de la vida, su visión elegantemente pesimista de las cosas. Murió muy mayor, pero en plena forma. Alejado de la dirección por la pegas que ponían las aseguradoras a que dirigiera pero no por su capacidad que le duró hasta el final.
Pero no estamos hablando de una biografía sino de una novela en la que él es el centro de la historia. Una compositora de música de películas recuerda en un momento crítico de su vida, su participación el rodaje de Fedora, la última gran película que dirigió. Para hacerlo tuvo que recurrir a productores europeos, concretamente alemanes, y el resultado fue bastante mediocre. Pero la narradora aprendió las lecciones más importantes de la vida del director y de su coguionista y amigo Igy Reinolds. Recordar aquel verano entre Grecia, Munich y Paris le ayuda a tomar una decisión importante al final del relato.
El desarrollo del rodaje y los breves momentos con el director y el guionista sirven para dos cosas: formar el carácter de la narradora y condensar la vida y las tragedias que tuvo que pasar Wilder desde Viena hasta Beberly Hills y como sobrevivió anímicamente a todo con la distancia del que decían que tenía la cabeza llena de cuchillas de afeitar.
Jonathan Coe, el autor, se ha especializado en un tipo de literatura muy inglesa, que es la sátira. Sus novelas, que produce a un ritmo ininterrumpido de una cada dos años desde el 97 son en su mayoría retratos críticos de partes o momentos de la sociedad inglesa contemporánea pero, de vez en cuando, se descuelga con algún relato melancólico como éste. Tiene varios ensayos sobre cine clásico y aquí ha vuelto al tema, pero por la novela. Es una novela no muy larga y, aparentemente, liviana. Pero, el momento crepuscular del director decanta toda su vida y sus decisiones y abandonos para convertirlos en una lección de vida de parte de alguien a quien no le gustaba nada dar lecciones.
El señor Wilder y yo, JONATHAN COE. Editorial Anagrama 280 pp.
Esta es una perfecta introducción a la narrativa inglesa de la generación de Coe