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Publicada el 19 de julio de 2016 por Luis Angel Adan Leon
                                               ERNESTO
Buenos días a todos, estoy, y en este caso es completamente verdad, encantado de estar aquí para presentar este libro.
Empecemos por explicar que hago yo aquí. Por qué yo? pues porque Ernesto me ha hecho el favor de acordarse de mí. Yo que tengo buena memoria para las tonterías me acuerdo perfectamente cómo y cuando lo conocí. Era el primer año que daba clase y un antiguo profesor, y en aquel momento colega, me ofreció ayudarle a preparar una obra de teatro. Ernesto apareció por allí. No recuerdo el nombre de la obra, pero si recuerdo que la gran mayoría del elenco era mujeres. Ernesto no era el galán. Se movía entre todo aquel gallinero contando chistes y viendo la parte graciosa de aquel maravilloso caos. La amistad relativa que puede aparecer entre un alumno y un profesor provenía de ese movernos entre bastidores de un grupo de teatro de adolescentes atacadas.
Yo me fui a Madrid unos años y él se quedó aquí. Terminó el bachiller e intentó empezar empresariales. Desde la distancia no parecía una mala opción pues es campo en el que la imaginación tiene su espacio, sino que le pregunten a Barcenas. Yo lo veía de vez en cuando y me seguía pareciendo es chico quimérico y original que no había dejado del todo atrás la adolescencia. Un día, cuando yo ya había vuelto de Madrid, me contó que había dejado los estudios y que se había ido a buscarse la vida a la capital. Yo que venía derrotado de la vida urbanita pensé que era un suicidio. Me pregunté de que iba a vivir en esa jungla en que para cuando a ti se te ocurre algo ya lo han hecho y desarrollado diez personas. Sin haber terminado ninguna carrera.
Otro día me lo encontré y me dijo que había encontrado trabajo como redactor publicitario porque en las pruebas les había escrito unos textos graciosos y originales y que andaba enamorado.
Más o menos por ahí lo dejé de ver. Y hace unos meses. Escuchando la radio, que no suelo escuchar a aquella hora. En un programa que no suelo escuchar. Escuché un concurso de microrelatos, que no suelo tampoco escuchar. Uno de los participantes, que quedó segundo, se llamaba Ernesto Ortega. Poco tiempo después me encontré a Ernesto con una niña saltarina, una tía alegremente desesperada por la las locuras de la niña y una joven que miraba elegantemente el jaleo. Me vino la inspiración y le conté que me había pareció oírlo en la radio. Se rió, no con condescendencia capitalina, y me dijo que le llamaban el canso de Calahorra que llevaba ya mucho tiempo participando en el programa.
Poco tiempo después me llamó y me dijo que si quería participar en la presentación de un libro de micro relatos que iba a publicar. Casi babeo.
 Una vez pasada la parte biográfica sentimental vamos a la cultureta. Lo mejor que puedes decir de un libro es que no has podido dejar de leerlo. Con este en mi caso ha sido así. Como esas bolsas grandes de chuches que te compras y dices que te las vas a racionar. Empiezas a leer el libro y te comes una y otra y otra. Y no puedes parar. El resultado es que te lo acabas demasiado pronto. Es una continua encadenación de sonrisas cómplices.
Por buscar referencias hablaría de Gomez de la Serna, Cortazar y los sonetos isabelinos. Un soneto isabelino es un juguete perfecto en rima y métrica pero que para tener éxito de incluir una ocurrencia. En inglés lo llaman wit,  agudeza. La gran mayoría tienen como tópico el amor. Ya era un topicazo entonces. Por eso, lo que hacía un soneto maravilloso era la ocurrencia,  la originalidad en la forma de ver el tema.
Si alguien ha sido un cúmulo de ocurrencias ha sido Ramón Gómez de la Serna. Sus greguería son el chiste inesperado, la continua vuelta de tuerca, el calcetín vuelto del revés. Pero siempre les faltaba la capacidad de organizar aquello y que fuera algo más que ocurrencias. Cortazar lo hizo en sus historias de Cronopios y Famas. Las convirtió en un mundo independiente donde la locura era ley. Ernesto, en este libro, ha convertido al amor en la columna vertebral de un libro de micro relatos. No es que sea muy original. Ya lo hacían hace varios siglos pero ha conseguido que cada golpe de originalidad nos haga sonreír y, a veces, pensar.
El micro relato puede verse como la expresión de la literatura en la era twiter. Como la literatura que uno puede leer entre dos estaciones de metro que creo el novelista francés Pierre Lamaitre. Como la expresión de la creatividad de los memes. Como un texto publicitario que debe incluir toda la información y sorprender en los veinte segundos que dura un anuncio. Yo creo que los relatos de Ernesto son todo eso. Ernesto no ha escrito una novela con todas sus agudas ocurrencias sino una enciclopedia, que siempre ha sido una maravillosa forma de narrar utilizando la excusa del orden alfabético. El hacer al amor el tema que los una es volver a soneto isabelino. Pero lo que en aquel caso era puro artificio en el de Ernesto tiene lo de aquel adolescente que veía a las hormonas revolotear a su alrededor y se dejaba arrastrar sin perder un punto de ironía.
Yo no he podido dejar de pensar en ese adolescente capaz de ver la gracia en aquel caos de mujeres con las feromonas atacadas. Tranquilote entre el caos pero no manso. Ha sabido ganar la batalla literaria en la que se ha embarcado y me alegro. Felicidades.

Por último me gustaría alabar la labor de la editorial Talentura por empeñarse en poner en papel estos microrelatos. Ya no vale esa idea del editor oscuro y romántico que luchaba porque no se apagase la llama de la literatura. Hoy en día, los editores son esos jóvenes que su padres miran con miedo porque piensan que se van a enrrolar en la guerrilla de Timor oriental. En lugar de coger el M16  han decidido invertir sus energías en algo tan revolucionario como es imprimir en papel aquello en lo que creen y luchar por darlo a conocer. Me alegro mucho de que estén ahí. Felicidades también.   

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